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Mostrando entradas de diciembre, 2010

En el principio VII

Muy por encima de las prisas absurdas de la ciudad, ÉL vigilaba, y esperaba. Había mucho que ver, como siempre, y ÉL no tenía prisa. Lo había hecho muchas veces, y lo haría de nuevo, por los siglos de los siglos. Ése era su destino. En este momento tenía que reflexionar sobre numerosas decisiones, y la única razón era reflexionar sobre ella hasta que la correcta se destacara con claridad. Y después, ÉL empezaría de nuevo, reuniría a los fieles, les otorgaría su milagro luminoso, y experimentaría una vez más el goce, el prodigio y el bienestar del dolor de ellos. Todo eso volvería a suceder. Era cuestión de esperar el momento perfecto. Y ÉL tenía todo el tiempo del mundo. Fin.

En el principio VI

Las cosas estaban saliendo muy bien. Los nuevos anfitriones eran muy colaboradores. Empezaron a congregarse, y con un poco de persuasión se plegaron sin problemas a las directrices de ÉL sobre el comportamiento. Y construyeron grandes edificios de piedra para albergar a la progenie de ÉL, imaginaron complicadas ceremonias acompañadas de música para llevarlos al estado de trance, y colaboraron con tal entusiasmo, que durante un tiempo hubo demasiados. Si las cosas iban bien para los anfitriones, mataban algunos por pura gratitud. Si las cosas iban mal, mataban con la esperanza de que EL mejoraría la situación. Y todo cuanto necesitaba hacer ÉL era dejar que ocurriera. Y como gozaba de mucho tiempo libre, ÉL empezó a reflexionar sobre los resultados de sus reproducciones. Por primera vez, cuando se producía la hinchazón y el estallido, ÉL se ocupaba del recién nacido, lo calmaba, aplacaba sus temores y compartía su conciencia. Y el recién nacido reaccionaba con avidez gratificante y c