En el principio VI

Las cosas estaban saliendo muy bien. Los nuevos anfitriones eran muy colaboradores. Empezaron a congregarse, y con un poco de persuasión se plegaron sin problemas a las directrices de ÉL sobre el comportamiento. Y construyeron grandes edificios de piedra para albergar a la progenie de ÉL, imaginaron complicadas ceremonias acompañadas de música para llevarlos al estado de trance, y colaboraron con tal entusiasmo, que durante un tiempo hubo demasiados. Si las cosas iban bien para los anfitriones, mataban algunos por pura gratitud. Si las cosas iban mal, mataban con la esperanza de que EL mejoraría la situación. Y todo cuanto necesitaba hacer ÉL era dejar que ocurriera.

Y como gozaba de mucho tiempo libre, ÉL empezó a reflexionar sobre los resultados de sus reproducciones. Por primera vez, cuando se producía la hinchazón y el estallido, ÉL se ocupaba del recién nacido, lo calmaba, aplacaba sus temores y compartía su conciencia. Y el recién nacido reaccionaba con avidez gratificante y celeridad, y aprendía todo cuanto ÉL tenía que enseñar y le secundaba con placer. Y después, hubo cuatro, después ocho, sesenta y cuatro, y de repente, hubo demasiados. Con tantos, no era tan fácil avanzar. Hasta los nuevos anfitriones empezaron a quejarse del número de víctimas que necesitaban.

ÉL era práctico, al menos. Pronto comprendió el problema y lo solucionó, matando a casi todos los demás que había engendrado. Algunos escaparon al mundo, en busca de nuevos anfitriones. ÉL se quedó con algunos, y las cosas volvieron a estar controladas por fin.

Algo más adelante, los que habían huido empezaron a atacar. Erigieron sus templos rivales y rituales, y enviaron sus ejércitos contra ÉL, y había muchos. El trastorno fue enorme y duró mucho tiempo. Pero como ÉL era el más viejo y experimentado, venció por fin a todos los demás, salvo a algunos que se ocultaron.

Los demás se ocultaron en anfitriones dispersos, pasaron desapercibidos y muchos sobrevivieron. Pero ÉL había aprendido con el transcurrir de los milenios que esperar era importante. Tenía todo el tiempo del mundo, y podía permitirse ser paciente, cazar y matar poco a poco a los que habían huido, y después, lenta y cuidadosamente, restaurar el maravilloso y majestuoso culto a sí mismo.

ÉL mantenía vivo el culto a ÉL: oculto, pero vivo.

Y ÉL esperó a los demás.

Comentarios

Entradas populares de este blog

En el principio V

El orgasmo femenino

En el principio VII