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En el principio VII

Muy por encima de las prisas absurdas de la ciudad, ÉL vigilaba, y esperaba. Había mucho que ver, como siempre, y ÉL no tenía prisa. Lo había hecho muchas veces, y lo haría de nuevo, por los siglos de los siglos. Ése era su destino. En este momento tenía que reflexionar sobre numerosas decisiones, y la única razón era reflexionar sobre ella hasta que la correcta se destacara con claridad. Y después, ÉL empezaría de nuevo, reuniría a los fieles, les otorgaría su milagro luminoso, y experimentaría una vez más el goce, el prodigio y el bienestar del dolor de ellos. Todo eso volvería a suceder. Era cuestión de esperar el momento perfecto. Y ÉL tenía todo el tiempo del mundo. Fin.

En el principio VI

Las cosas estaban saliendo muy bien. Los nuevos anfitriones eran muy colaboradores. Empezaron a congregarse, y con un poco de persuasión se plegaron sin problemas a las directrices de ÉL sobre el comportamiento. Y construyeron grandes edificios de piedra para albergar a la progenie de ÉL, imaginaron complicadas ceremonias acompañadas de música para llevarlos al estado de trance, y colaboraron con tal entusiasmo, que durante un tiempo hubo demasiados. Si las cosas iban bien para los anfitriones, mataban algunos por pura gratitud. Si las cosas iban mal, mataban con la esperanza de que EL mejoraría la situación. Y todo cuanto necesitaba hacer ÉL era dejar que ocurriera. Y como gozaba de mucho tiempo libre, ÉL empezó a reflexionar sobre los resultados de sus reproducciones. Por primera vez, cuando se producía la hinchazón y el estallido, ÉL se ocupaba del recién nacido, lo calmaba, aplacaba sus temores y compartía su conciencia. Y el recién nacido reaccionaba con avidez gratificante y c

En el principio V

Desde el primer momento fue una relación ideal. Las nuevas cosas poseían conciencia de sí mismas, lo cual facilitaba la labor de manipularlas, algo muy gratificante para ÉL. Se mataban mutuamente con mucho más entusiasmo, y ÉL no tuvo que esperar mucho a su nuevo anfitrión, ni a volver a intentar reproducirse. Empujó a su anfitrión a matar, y esperó, con el ansia de experimentar aquel maravilloso y extraño torbellino. Pero cuando la sensación llegó se revolvió perezosamente, despertó una levísima sensación en ÉL, y después se desvaneció sin florecer ni reproducirse. ÉL estaba perplejo. ¿Por qué no había funcionado la reproducción en esta ocasión? Tenía que existir un motivo, y buscó una respuesta con eficacia y organización. A lo largo de muchos años, mientras las cosas nuevas cambiaban y crecían, Él experimentó. Y poco a poco descubrió las condiciones de que había encontrado la respuesta, pero cada vez que repetía la formula definitiva, una nueva conciencia nacía y huía al mund

En el principio IV

Durante un tiempo, le bastó con desplazarse en las cosas-monos a matar. Pero hasta eso terminó siendo aburrido debido a la simple repetición, y de vez en cuando ÉL pensaba de nuevo que tenía que haber algo más. Existía aquel fascinante estremecimiento de algo indefinible en el momento de matar, la sensación de algo a punto de despertar, y después se adormilaba otra vez, y ÉL quería saber qué era. Pero pese a las numerosas ocasiones, pese a las numerosas cosas-mono diferentes, jamás podía acercarse a esa sensación lo suficiente para descifrar qué era. Lo cual provocaba que ÉL deseara saber más. Transcurrió muchísimo tiempo, y ÉL empezó a amargarse de nuevo. Las cosas-mono eran demasiado sencillas, y lo que ÉL hacía con ellas no era suficiente. Empezó a sentirse ofendido por su existencia estúpida, absurda y repetitiva. arremetió contra ellas una o dos veces, con el deseo de castigarlas por sus sufrimientos tontos y carentes de imaginación, y azuzó a su anfitrión a matar familias

En el principio III

Sufría, viendo las cosas estúpidas con sus vidas irritantes y bulliciosas. Su resentimiento aumentó, se transformó en ira, y por fin la ira se convirtió en rabia hacia las cosas estúpidas y absurdas, y su existencia incesante, eterna, insultante. Y la rabia aumentó y se enconó, hasta que un día ÉL no pudo soportarlo más. Sin detenerse a pensar lo que estaba haciendo, se levantó y se acercó a uno de los lagartos, con el deseo de aplastarlo. Y ocurrió algo maravilloso. ÉL estaba dentro del lagarto. Durante mucho tiempo, ÉL olvidó la rabia por completo. Por lo visto, el lagarto no se daba cuenta de que tenía un pasajero. Se dedicaba a matar y copular, y ÉL lo acompañaba. Era muy interesante encontrarse a bordo cuando el lagarto mataba a uno de los más pequeños. A modo de experimento, ÉL se trasladó a uno de los más pequeños. Estar en el que mataba era mucho más divertido, pero no lo suficiente para engendrar alguna idea útil. Estar en el que moría era muy interesante e inspiraba al

En el principio II

Transcurrió más tiempo. Las incontables cosas que se arrastraban fueron aumentando de tamaño y mejorando las técnicas de matarse mutuamente. Interesante al principio, pero sólo debido a las sutiles diferencias. Se arrastraban, saltaban y reptaban para matarse mutuamente. De hecho, una de ellas hasta voló por los aires para matar. Muy interesante, pero... ¿y qué? ÉL empezó a sentirse incómodo con todo esto. ¿Cuál era el objetivo? ¿Debía participar en lo que presenciaba? Y si no, ¿por qué estaba observando? ÉL decidió descubrir la razón de su presencia, fuera cual fuera. Por lo tanto, cuando estudiaba las cosas grandes y las pequeñas, estudiaba en qué era diferente de ellas. Todas las demás cosas necesitaban comer y beber, de lo contrario morían. Y aunque comieran y bebieran, al final también morían. ÉL no moría. Existía y existía. No necesitaba comer ni beber. Pero poco a poco, ÉL tomó conciencia de que necesitaba... algo, pero ¿qué? Intuía que existía una necesidad, y que la neces

En el principio

ÉL recordaba una sensación de sorpresa, y después una caída, pero eso era todo. Después, se limitó a esperar. Esperó mucho tiempo, pero no le costaba nada, porque la memoria no existía y nada había chillado todavía. Por lo tanto, ÉL no sabía que estaba esperando. En aquel momento, no sabía nada. ÉL simplemente existía, sin posibilidad de medir el tiempo, sin posibilidad ni siquiera de engendrar la idea del tiempo. De modo que esperó, y observó. Al principio, no había gran cosa que ver: fuego, piedras. Agua y, por fin, pequeñas cosas que se arrastraban, que empezaron a cambiar y aumentaron de tamaño al cabo de un tiempo. No hacían gran cosa, salvo comerse mutuamente y reproducirse. Pero no había nada con lo que compararles, de modo que durante un tiempo eso fue suficiente. El tiempo transcurrió. ÉL vio que las cosas grandes y las pequeñas se mataban y devoraban mutuamente sin propósito alguno. Mirar eso no proporcionaba un verdadero goce, pues no había nada más que hacer y había