Todo Caduca

- Hola, Manu, qué tal.
- Bien, Paco, bien.
- Oye, ¿quieres saber que nunca había pensado sobre tu nombre?
- ¿Y qué habrías de pensar? ¿Qué tiene de raro?
- Nada, nada. No me refiero al Manuel sino al Manu.
- Ya. ¿Pero qué le ves? No sé, siempre me llamaron así.
-¿Siempre?
- Sí, que yo recuerde. A ver, de pequeño me llamaban Manolito, luego me llamaron Manuel. Mi tío me llamaba Manolo... Pero a mí me gustó más lo de Manu. No sé, no sé cuándo empezaron a llamarme así. Debió de ser de chaval, los amigos. A mí me gustó, supongo, y hoy pues ya no se me ocurre que pueda llamarme de otro modo.
- Es cuerioso. A mí me llaman Paco también, de niño me llamaban Paquito. En el trabajo, antes de jubilarme, me llamaban don Francisco, pero en general me llamaron Paco. A mi hijo también le llaman así, pero a mí nieto en cambio, que se llama Francisco también, le llaman Fran. Un poco como tú.
- Manu y Fran son un poco distintos...
- Me refiero a lo de usar los apócopes.
- ¿Qué es eso del apócope?
- El recortar el nombre, por ejemplo. De Manuel, Manu. A tu padre, por ejemplo le llamábamos Manolo los amigos. Tú recortaste el nombre.
- Será cosa generacional, las cosas cambian.
- Es cierto, las cosas cambian con las generaciones. Yo creo que a vosotros ya os cogió más la influencia americana. Sera eso, ¿no? Será por eso que desaparecen los Pacos y los Manolos.
- No sé, es más simple, más económico, un Manu que un Manuel. A lo mejor es por eso. Las reglas de la economía rigen en todo, eso es lo que nos enseñan en la facultad.
- Seguramente.
- ¿Tú te afeitas con brocha?
- Ha, ha. Qué pregunta. No.
- ¿Con afeitadora eléctrica?
- No, me irrita la cara.
- Entonces te afeitas con espuma y maquinilla.
- Pues sí, claro, extiendo la espuma con la mano y uso maquinilla de usar y tirar.
- Mi padre, también. Y yo, también. El otro día encontré en un cajón de mi casa una brocha de afeitar que usaba mi padre, lo recuerdo cuando era niño. Y debió de ser de los últimos que usaron tal cosa, hoy ya no sé si se venderán.
- Sí que se venden, en mi barrio hay una tienda y aún tiene una en el escaparate. Durará allí lo que tarde la dueña en jubilarse, que no sera mucho.
- Ahí quería yo llegar, a que tampoco tú te afeitas con brocha. Las cosas cambian y hay cosas que van desapareciendo.
- Me lo vas a decir a mí. Si repaso las cosas que fuimos dejando de lado. La misma navaja de afeitar que debo de tener por algún lugar de la casa. Incluso las cuchillas de afeitar de Palmera. Me acuerdo ahora de la pera de irrigar.
- ¿Qué es eso?
Nada, déjalo. Tantas cosas... En esa tienda de mi barrio hace unos años aún se anunciaba que se cogían puntos a las medias de nailon. En fin, deja ir todo eso. Mejor. Lo malo es que también se pierden las ilusiones.
- Eso, seguro, hoy mi generación ya no se hace ilusiones de nada. Somos una generación desilusionada.
- ¿No creéis en nada? ¿No creéis n el futuro?
- ¿Qué futuro?
- Vaya por Dios, el futuro también ha caducado.

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