En el principio III

Sufría, viendo las cosas estúpidas con sus vidas irritantes y bulliciosas. Su resentimiento aumentó, se transformó en ira, y por fin la ira se convirtió en rabia hacia las cosas estúpidas y absurdas, y su existencia incesante, eterna, insultante. Y la rabia aumentó y se enconó, hasta que un día ÉL no pudo soportarlo más. Sin detenerse a pensar lo que estaba haciendo, se levantó y se acercó a uno de los lagartos, con el deseo de aplastarlo. Y ocurrió algo maravilloso.

ÉL estaba dentro del lagarto.

Durante mucho tiempo, ÉL olvidó la rabia por completo.

Por lo visto, el lagarto no se daba cuenta de que tenía un pasajero. Se dedicaba a matar y copular, y ÉL lo acompañaba. Era muy interesante encontrarse a bordo cuando el lagarto mataba a uno de los más pequeños. A modo de experimento, ÉL se trasladó a uno de los más pequeños. Estar en el que mataba era mucho más divertido, pero no lo suficiente para engendrar alguna idea útil. Estar en el que moría era muy interesante e inspiraba algunas ideas, pero no muy felices.

ÉL disfrutó de estas experiencias durante un tiempo. Pero aunque podía sentir sus sencillas emociones, nunca traspasaban el límite de la confusión. Aún no reparaban en él, no tenían idea de que... Bien, no tenían ninguna idea. No parecían capaces de tener ninguna idea. Eran muy limitados, pero estaban vivos. Tenían vida y no lo sabían, no sabían qué hacer con ella. No parecía justo. ÉL no tardó en volver a aburrirse, y su rabia aumentó de nuevo.

Y por fin, un día, empezaron a aparecer las cosas mono. Al principio, no parecían gran cosa. Eran pequeños, cobardes y ruidosos. Pero una diminuta diferencia llamó por fin la atención de ÉL: tenían manos que les permitían hacer cosas asombrosas. ÉL vio que tomaban conciencia por fin de sus manos, y que empezaban a utilizarlas. Las usaban para una gran variedad de cosas nuevas: masturbarse, mutilarse mutuamente y arrebatar la comida a los más pequeños de su especie.

ÉL estaba fascinado y miró con más atención. Los veía atacarse mutuamente, para luego correr a esconderse. Los veía robarse mutuamente, pero sólo cuando nadie estaba mirando. Los veía hacerse cosas horribles mutuamente, y después fingir que no había pasado nada. Y mientras ÉL miraba, por primera vez ocurrió algo maravilloso: rió.

Y mientras reía, nació un pensamiento, y adquirió nitidez envuelto en regocijo.

ÉL pensó: puedo sacarle provecho a esto.

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